NACIDOS PARA CORRER.
Vivimos en una cultura que ve el ejercicio extremo como una
locura, porque eso es lo que nuestro cerebro nos dice: ¿para qué apretar el
acelerador si no hace falta?. Para ser justos, nuestro cerebro ha sabido
perfectamente lo que hacía el 99 por ciento de las veces a lo largo de nuestra
historia; sentarse a reposar era un lujo, así que cuando teníamos la
posibilidad de descansar y recuperar fuerzas, había que hacerlo. Sólo desde
hace poco contamos con la tecnología necesaria para convertir el holgazaneo en
una forma de vida; hemos cogido nuestros cuerpos vigorosos y resistentes de
cazadores-recolectores y los hemos dejado caer en un mundo artificial de ocio.
¿Y qué ocurre cuando soltamos una forma de vida en un ambiente extraño?... Los
científicos de la NASA se preguntaron lo mismo antes de los primeros viajes al
espacio. El cuerpo humano está construido para desarrollarse bajo la presión
gravitacional, así que quizá el deshacerse de esa presión actuaría como una
fuente de la juventud en versión trayectoria de escape, haciendo que los
astronautas se sintieran más fuertes, inteligentes y saludables. Después de
todo, cada caloría que comieran iría directamente a nutrir sus cerebros y
cuerpos, en lugar de empujar hacia arriba luchando contra ese implacable tirón
descendente, ¿cierto?.
Ni por asomo; cuando los astronautas regresaron a la Tierra,
habían envejecido décadas en el plazo de unos días. Sus huesos se habían
debilitado y sus músculos se habían atrofiado; sufrían de insomnio, depresión,
fatiga crónica y apatía. Incluso sus papilas gustativas se habían deteriorado.
Quienes hayan pasado un fin de semana largo tirados en el sofá viendo televisión
conocen la sensación, porque aquí abajo en la Tierra, hemos creado nuestra
propia burbuja de gravedad cero; hemos dejado de hacer el trabajo que se supone
deben hacer nuestros cuerpos y lo estamos pagando. Casi todas las primeras
causas de muerte en el mundo occidental – cardiopatías, ictus cerebral,
diabetes, depresión, hipertensión y una docena de tipos de cáncer- eran
desconocidas por nuestros antepasados. No contaban con la ciencia médica, pero
tenían un bala mágica, o quizá dos.
Podríamos, literalmente, poner freno a esas epidemias con este
único remedio: levanta dos dedos
haciendo el signo de la paz, luego gíralos hacia abajo y empieza a moverlos
como si estuvieran trotando en el espacio. El hombre corredor.
Así de sencillo, solo moviendo las piernas. Porque si no
creemos que hemos nacido para correr, no solo estamos negando la historia,
estamos negando lo que somos.
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